jueves, 16 de agosto de 2012

Día de despedidas. Nada más.

Olvidemos 

el llanto 
y empecemos de nuevo, 
con paciencia, 
observando a las cosas 
hasta hallar la menuda diferencia 
que las separa 
de su entidad de ayer 
y que define 
el transcurso del tiempo y su eficacia.

¿A qué llorar por el caído 

fruto, 
por el fracaso 
de ese deseo hondo, 
compacto como un grano de simiente?

No es bueno repetir lo que está dicho. 

Después de haber hablado, 
de haber vertido lágrimas, 
silencio y sonreíd:

Nada es lo mismo. 

Habrá palabras nuevas para la nueva historia 
y es preciso encontrarlas antes de que sea tarde.



Ángel González.

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